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Caminos de la vida

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Heydi

Era una tarde de un cálido verano, el día en que nació Miguelito. Sólo Rocío, su madre, notó la candidez del día y esa estrella nocturna que brillaba con toda su fuerza en pleno día.

El nacimiento de Miguelito estaba destinado a traer dicha y felicidad a su hogar, y así fue. El niño crecía rodeado del cariño de sus padres y hermanos; del modo de vida del campo, en medio de las vacas lecheras y grandes animales que jugaban con él.

El tiempo pasó y le llegó a Miguel la época de la escuela, la terminó con las mejores calificaciones, era un niño muy inteligente y viváz.

En el colegio conoció a quién fue su primer amor, a aquella niña de ojos dulces que se había mudado al barrio pocos meses atrás y que iba al mismo colegio que él. Se hicieron amigos un día en que la encontró llorando porque su mamá estaba muy enferma y su papá había fallecido la noche anterior en un accidente automovilísitco. Él le ofreció ayuda, la llevó a su casa y trajo consigo a la madre, ya en el hogar, doña Rosa se recuperó pronto y trabajó para los Lombardi – la familia de Miguel-. Las dos familias entablaron una excelente amistad, una amistad que duraría hasta la muerte, a pesar de las duras piedras del camino.

Una noche de estrellas enamoradas, Miguel le confesó su amor a la niña de ojos dulces, ella derramó un par de lágrimas, ella lo quería como hermano y compañero… ella, ella estaba enamorada del chico de ojos tristes de su curso, ella no suspiraba por Miguel.

Miguel no insistió pues conocía a su amiga y le ofreció su amistad incondicional pasara lo que pasara.

Miguel se graduó del colegio y salió a la ciudad para estudiar en la universidad, él quería ser abogado, le disgustaban sobremanera las injusticias del mundo y quería contribuir con su granito de arena para el mejoramiento del mundo, quería ser un abogado diferente.

En su aula, pronto notaron la facilidad de palabra y la veracidad de las mismas que poseía Miguel, por eso muchas chicas lo admiraban y porque no decirlo, estaban enamoradas de él, pero Miguel continuaba estudiando, ganó las mejores notas y el respeto de la mayoría de sus profesores…

Tres años pasaron, Miguel se enamoró de Sandra, una chica dulce que lo cautivó, aquella pareja estaba tan llenas de planes, ya sabían en donde iban a vivir, el consorcio que levantarían y cómo se llamaría, aquel era el último año de estudio y esperaban terminarlo para casarse, pero Miguel recibió una noticia dolorosa, su niña de ojos dulces había fallecido asesinada por su esposo, el muchacho de ojos tristes, tras una noche de borrachera, fue entonces cuando Miguel tomó la decisión.

A la semana siguiente, Miguel viajó a Quito y empezó a estudiar más arduamente todavía, se había despedido de Sandra con un tierno beso, pero no dio explicaciones…

Un sueño más se había roto.

Pasaron cinco años y Sandra recibió una invitación de Miguel, la invitaba a Quito, a la consagración de sacerdote de un amigo; Sandra estaba emocionada y aunque ya no quería con la misma intensidad a Miguel, aún soñaba verlo. Viajó al lugar pactado pero para desgracia de su alma, no pudo llegar a tiempo al evento, ella ingresó a la Catedral en el preciso instante en el que Monseñor estaba dando los votos sacerdotales a Miguel Lombarda; Sandra sintió que las torres gemelas volvían a caer en ella con todo su peso, sólo que esta vez no la habían matado. Aquel día lloró y lloró y lloró, derramó todas aquellas lágrimas que estaba guardando para el regreso de Miguel, pudo perdonarlo al fin, en el momento exacto en el que un camión la atravesó.

Años después, Miguel sería el oficiador del matrimonio de su hija, existencia que, por cierto, desconocía.

 

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