Entre los primitivos Incas, el yanacona y yanacon, dice despontin, constituía el criado o peón con desempeño campesino, que sin integrar las comunidades de los ayllus, ni depender del cacique o jefes, explotaba la tierra o se asignaba a particulares. Su origen, dice el autor citado, radica en un castigo del Inca impuesto a las tribus de los Yanayacu por actos de insubordinación, sometiéndoles al servilismo y reduciendolos a la categoría de criados perpetuos. Con el hispano se mantienen fuera de las comunidades indígenas, atendiendo ganaderías y cultivos, debiendo, en principio, percibir un jornal. El yanacon representa en forma embrionaria el peón de campo actual. En el territorio del río de La Plata también se denominó así a los indios fugitivos y vagos que se refugiaron en las haciendas y chacras de los españoles, aplicándose a servirlos con el cultivo de los campos, o a los que simplemente se mantuvieron vagos andando de un pueblo a otro sin ningún destino fijo; y por último, a los que se retiraron a las ciudades principales como Potosí, tarija y otras, para vivir en sus vicios sin sujeción a doctrina ni caciques.
Los primeros se llamaron yanaconas de chacra; los demás, yanaconas de la real corona. La corona encomendó a Toledo empadronar los indios de tal linaje en las respectivas chacras y haciendas en las que se habían refugiado. Posteriormente les obligó al pago del tributo en su calidad de vasallos. Dice Mariano moreno. Que introducidos así los yanaconas, aquellos hacendados a cuyas chacras Vivían adscriptos, se esforzaron con el mayor empeño en sostener la legitimidad de esa introducción, repuntandolos obligados a vivir en las haciendas que primero habían elegido, sin libertad ni facultad para mudar de habitación. Tal abuso se había cometido con estos indio después del empadronamiento que los hacendados que los poseían repuntabanlos como propios e integrantes de la hacienda, al modo como los señores feudales consideraban al siervo de la gleba, adscriptos a la tierra, cotizándolos en el valor general cuando compraban o vendían la misma, no obstante la prohibición contenida en las leyes de indias. Recordaba Mariano moreno el pleito que a principios del siglo XIX sostenían los dueños de las haciendas de siporo con los indios yanaconas adscriptos a ellas, sobre la solicitud de libertad que habían presentado a las autoridades de Buenos Aires estos últimos, con cuya causa moreno estaba consustanciado. Tenía presente que un caso parecido se había planteado en Lima en virtud de que un encomendero pretendía le diesen por propios y adscriptos en encomienda perpetua, unos indios que andaban huidos y vagantes de sus reducciones escondidos en montes y quebradas. ‘”Baxo la obligación, a que se comprometía de buscarlos y reducirlos a su
costa”, pretensión que el oidor de la real audiencia de Lima don Juan de Solórzano encontraba enteramente opuesta “a la privilegiada libertad”.