En mitad del cielo había una luna grande, grande, grande y de color blanco muy brillante y alrededor de ella, esparcidas por todo el firmamento estaban las estrellas, estrellas moradas, azules, rosadas, celestes, en fin, de todos los colores.
Era muy hermoso ver todo eso, estrellas fugaces correteando por todo el cielo, otras revoloteando en los lugares de sus compañeras. Me llamó la atención una estrella azul con cola de colores y la cogí; como pájaro aprisionado se escabullía en mi mano, pero la tranquilicé y se durmió, entonces la metí en mi bolsillo y yo también me dormí.
Al día siguiente ya no estaba el mismo espectáculo de la noche anterior, pero en lugar de ello descubrí que estaba en medio de un bosque donde nacía una magnífica cascada con chispitas de colores flotando en su superficie, contenta me bañé en aquellas aguas y tal fue mi sorpresa cuando me di cuenta que después del baño, mi cuerpo era un arco – iris. Fue una sensación genial, como el aire volé, volé y volé, recorrí todo aquel misterioso lugar y por todo lado encontraba resplandores de colores que las hadas nativas hacían bailar.
De repente empezó a llover, y entonces regresé a la normalidad. Con mis ropas deshilachadas bajé hasta mi casa y quise ver a la estrella que guardé, sin embargo, en vez de un bello pajarito aprisionado, encontré caramelos de colores.
Desde entonces sé que las estrellas son caramelos que yo puedo guardar en mi bolsillo…
¿quién ha dicho que las estrellas no se pueden alcanzar, si yo las chupo a diario?