Entre sollozos y frases entrecortadas la desconsolada madre se derrumbó sobre el pecho del viajero. A último momento fue necesaria la intervención enérgica y autoritaria del padre, para arrancarla de los brazos del vástago que partía quizá para siempre.
El resto de la familia: hermanos, tíos y abuelos se acercaron a estrechar la mano del desventurado, sin verlo a los ojos naturalmente, como si temieran revelar con una sola mirada su destino fatídico.
Cuando el autobús desapareció tras los cerros, la familia regresó a la villa en silencio absoluto. Apenas los sollozos de la madre interrumpían de cuando en cuando la quietud lapidaria del viaje.
Una vez en casa todos retornaron a sus actividades rutinarias. Después de la horripilante cena, (puede leerse escena si se quiere), todos se retiraron a sus habitaciones. Nadie, absolutamente nadie hizo alusión al tema: o sea, a lo que de algún modo inexplicable, sabían de Javier.