Conocieron innumerables lugares nuevos gracias a un mapa que les dieron en el país de las sirenas, un país que se encontraba en las profundidades del mar. Era muy hermoso, las casas y edificios estaban hechos de conchas de mar, perlas gigantes y caparazones de caracoles. Las sirenas eran mujeres muy bellas y amantes del canto. Los chicos les agradecieron por el mapa ya que éste les guiaría a su destino final.
– Deben tener cuidado de no perder el mapa- les advirtió una sirena.
– ¿Y qué pasa si lo perdemos?- preguntó María.
– Se quedarían vagando por el camino toda la vida. Si eso les ocurriera, vayan con la Bruja de los Pedidos, la única bruja buena que existe. Ella les ayudará y guiará.
Así fue como comenzaron el viaje.
Conocieron muchísimos lugares, como el Reino de las Hadas. Una gran cantidad de ellas morían cada día, porque en esos tiempos los niños ya no creían en ellas. Esto los puso muy triste pues ellos sí creían en las hadas.
También visitaron el lugar donde vivían los dragones, aquellos que daban buena suerte a las tierras orientales. Pepito preguntó a uno de ellos porqué no daban buena suerte a los occidentales y sí a los orientales. Un dragón le dijo que los orientales alababan a los dragones y los creían importantes, en cambio los occidentales los hacían parecer seres perversos y malvados. Por eso no les deseaban nada a los occidentales.
Llegaron también a países donde había magos y hechiceras. Ahí les advirtieron sobre las brujas, diciéndoles que estas no eran de fiar.
Vivieron por un tiempo en una región donde nunca anochecía, donde nadie era perverso. Era un lugar de ensueños. Allí conocieron la bondad y la honestidad. Casi creyeron estar en el paraíso, pero los habitantes les dijeron que ese lugar no era nada comparado con lo que hallarían una vez llegados al destino que anhelaban.
Se dirigieron luego a un bosque donde soplaban fuertes vientos. En ese bosque, una ventisca aprovechó una distracción de ambos e hizo volar tan alto el mapa que los guiaba, que ya no pudieron alcanzarlo. Se encontraban perdidos sin el mapa. Empezaron a caminar sin rumbo hasta que llegaron a un poste indicador. Este tenía una flecha dirigida hacia delante.
– ¿Qué significa esto?- preguntó María, quien se puso una pañoleta azul en la cabeza. Lo hacía siempre que tenía una duda.
– No sé- dijo Pepito poniéndose sus lentes para ver mejor- pero lo sabremos si seguimos la flecha.
Así fue como los dos llegaron a una cabaña. Era muy pequeña y no tenía chimenea. Pero parecía ser muy acogedora. Empezaba a oscurecer, por lo que decidieron dormir ahí esa noche. No sabían quién vivía en ese lugar, así que tocaron a la puerta.
Les atendió una mujer muy anciana. Llevaba puesto un vestido lila y un sombrero negro, puntiagudo. No parecía mala pero aún así, los chicos sentían miedo. Eso debido a que oyeron siempre historias horribles sobre lo que las brujas eran capaces de hacer. Cuando ella habló, lo hizo con mucha dulzura y una gran sonrisa de bondad. Eso logró que ellos se tranquilicen.
– Soy la Bruja de los Pedidos. ¿Qué desean, mis pequeños?
– Somos viajeros- dijo Pepito- nos hemos perdido. Sólo queremos un sitio en donde podamos pasar la noche.
– Hemos perdido el mapa, el viento nos lo sacó. ¿Podemos dormir en su casa, si no tiene inconvenientes?- preguntó María.
– Pueden dormir en mi casa, pero cuando salga el sol deben ir a elegir el camino que crean más conveniente. Solo tienen dos opciones: El camino del bien y El camino del mal.
Así que los chicos se quedaron a dormir ahí. Las camas eran mullidas y tenían mantas de color blanco. Hacía mucho que no se acostaban en una buena cama (porque siempre dormían en el suelo o en la paja de algunas cabañas). Se alegraron de la buena acogida que tuvieron.
– Por suerte esta bruja es buena- dijo María- Las sirenas nos hablaron de ella, hace mucho tiempo.
– Tienes razón- dijo Pepito- pero no entendí qué quiso decir con eso del camino del bien y el camino del mal.
– Yo tampoco lo entendí, pero le preguntaremos mañana qué quiso decir con eso.
Y por fin se durmieron plácidamente.
Al día siguiente la bruja les llevó a un único camino que a ellos les pareció común y corriente.
– Cuando terminen de cruzar este trayecto, encontrarán una bifurcación. Estarán dos hombres ahí quienes les indicarán qué camino elegir. Elijan el camino del bien, porque si eligen el del mal, a un precipicio caerán.
– No entiendo porqué debemos hacer esto. ¿No hay otra forma de llegar a nuestro destino sin tener que elegir?- le preguntó María.
– En la vida siempre hay que elegir, querida. El camino del bien les llevará a donde quieren ir. Se los aseguro.
Los chicos se despidieron de la bruja y siguieron por el sendero. Era muy ancho, tenía una alfombra de hojas y pétalos de flores.
– Hace mucho que no jugaba con las hojas- dijo Pepito.
– ¿Te acuerdas de ese otoño en mi casa? Éramos muy pequeños en ese entonces y jugábamos con las hojas- dijo María.
Se entretuvieron un rato pisándolas, pero después apuraron el paso en silencio, porque querían llegar al destino final de una buena vez.
Luego de andar cerca de una hora caminando, encontraron la bifurcación donde se iniciaban los dos caminos: uno parecía muy atractivo, lleno de árboles y flores a los costados. El otro parecía muy tenebroso, con follaje seco y una niebla que tapaba la visual.
– ¿Y ahora qué hacemos?- dijo María.
– No te preocupes, te ayudaré- dijo un hombre, que apareció repentinamente.
Era alto, estaba vestido de blanco y tenía alas blancas.
– No lo escuchen, yo seré quién les ayude- dijo otro hombre, que también apareció de repente. Era alto, con ropa y alas negras.
– ¿Qué camino debemos tomar?- preguntó Pepito.
– Tomen mi camino- dijo el hombre de blanco, indicando el camino tenebroso- tal vez no sea bueno al principio, pero al final, verán algo muy hermoso.
– ¡No! Tomen mi camino- dijo el hombre de negro, indicando el camino hermoso- al final, se llevarán una gran sorpresa.
Los dos chicos quedaron muy confundidos. Pepito se acomodaba los lentes a cada rato. María no solo se puso la pañoleta azul en la cabeza, también se puso una amarilla en el cuello.
De pronto, Pepito sonrió y dijo:
– Ya veo, ustedes dos nos presentan un acertijo. Supongo que el hombre de negro es el demonio, pero nos indica un camino hermoso diciendo que tendremos una sorpresa al final. El hombre de blanco es el ángel, pero su camino es tenebroso. Aunque puede ser que el ángel sea el hombre de negro, y el demonio sea el hombre de blanco.
– O puede ser que los caminos que nos muestran estén cambiados- dijo María.
– Averígüenlo por ustedes mismos- dijo el hombre de blanco.
– Cualquier camino a un precipicio los llevará- dijo el otro hombre con malicia.
Entonces, los chicos decidieron discutir entre ellos para ver qué decisión tomar.
– Mejor tomamos el camino tenebroso- dijo María.
– Pero no sé, tengo miedo a la oscuridad- dijo Pepito.
– Yo también, pero a lo mejor son solo visiones. Puede ser que al final del camino hermoso nos espere un precipicio.
– Yo prefiero el camino hermoso. Así que echémoslo a la suerte.
La suerte, para ellos, era el juego de HAKEMBO. Ese juego lo practicaban cuando iban a la escuela, antes de comenzar el viaje. Consistía en hacer con la mano la figura de una tijera, una piedra y un papel. El papel ganaba a la piedra, la piedra a la tijera y la tijera al papel. Pepito ganó, porque mostró tijera y María mostró papel. Así decidieron transitar por el camino hermoso.
Se despidieron de esos hombres y se pusieron en marcha. Durante la trayectoria, vieron muchas plantas y animales. Había flores de todos los colores y todas tenían diferentes tonalidades de un color. Los animales cruzaban el camino, algunos paseaban por los árboles y otros dormían plácidamente. Los pájaros volaban en el cielo formando figuras sorprendentes, que los chicos no lograban descifrar.
En eso estaban cuando un pájaro le sacó la pañoleta azul a María. Ella lo persiguió, pidiéndole que devuelva lo robado.
Pepito la siguió y sin que se dieran cuenta se desviaron del camino y subieron a una colina. Cuando llegaron a la cima, encontraron la pañoleta en el suelo. María la tomó y la puso en el bolsillo.
– Otra vez nos perdimos- dijo María.
– Buscaré desde aquí nuestro camino- dijo Pepito mirando a su alrededor.
De repente, Pepito soltó un grito. Ella le preguntó qué le pasaba. Él señalaba con el dedo para mostrarle que el camino que habían tomado les llevaba a un precipicio oscuro y profundo.
– Ya veo, esa ave fue un aviso. ¡Gracias por salvarnos!- le gritó María al pájaro que volaba en el cielo.
El pájaro por toda respuesta, dio unas vueltas y desapareció.
– Fue una gran suerte. Ahora hay que bajar de aquí para ir a ese pueblo- dijo Pepito.
– Y bien, Pepito. ¿Quién tuvo razón al sugerir que tomáramos el camino tenebroso?- preguntó María con ironía.
– Bueno… tienes razón. La próxima vez seguiré tus consejos- dijo Pepito con disgusto.
Los chicos bajaron de la colina, se dirigieron hacia el camino tenebroso. Al principio sintieron miedo, pero el deseo de llegar al destino final y ver de nuevo a sus padres los incentivó a seguir adelante. Así fue como caminando lentamente, lograron llegar a un pueblo.
Este pueblo tenía casas muy pequeñas, casi todas eran restaurantes, bares y hoteles para pasar la noche. Los chicos entraron a un bar, justo el que quedaba a la entrada del pueblo. Ahí, los recibió un hombre anciano y bondadoso.
– ¡Felicidades! ¡Han tomado el camino correcto!- dijo el hombre.
– Bueno, la verdad, no fue nada fácil. Casi nos equivocamos- murmuró Pepito.
– ¿Qué lugar es este?- preguntó María.
– Es sólo una parada donde la gente descansa unas horas, para al día siguiente tomar el colectivo- explicó el señor.
– ¿Y adónde lleva ese colectivo?- preguntó Pepito, esperanzado.
El anciano tardó un rato en responder. Quería que los chicos se quedaran con las ganas de saber y mientras ellos insistían él sonreía, hasta que lo dijo tan alto, que los asustó.
– ¡Los llevará al Paraíso!
Ellos lo miraron muy extrañados. No esperaban que les respondiera así, tan de repente. Durante todo el trayecto, las personas que les guiaron lo hicieron con muchos acertijos y adivinanzas, de manera que quedaran confundidos durante el viaje. Pero la respuesta de ese hombre les produjo una alegría inesperada.
– ¿Y bien?- preguntó el anciano, rompiendo el silencio- ¿Ese era el lugar al que iban?
– ¡Sí, es adonde íbamos!- dijeron los dos al mismo tiempo, con gran emoción.
Hacia 5 años que habían comenzado este viaje. Todo empezó cuando las familias de ambos chicos planearon unas vacaciones a Hawai. Viajaron en avión pero éste tuvo un desperfecto, lo cual hizo que tuviesen un gran accidente. Recordaban aún el día en que el avión cayó y ellos quedaron en las profundidades del mar. Al despertar, se encontraron en un hermoso paraje, pero sus padres no estaban con ellos. Quedaron en otro lugar. Pidieron pues ayuda para poder hallarlos. Y fue entonces que les dieron un mapa que los llevaría al paraíso para así poder reencontrarse con ellos. Siguieron ese mapa y conocieron muchas cosas que antes ignoraban. Unas semanas atrás lo perdieron y nunca más lo encontraron. Por suerte lograron salir del apuro, mas casi tomaron el camino equivocado. El destino quiso que corrigieran su error y ahora estaban allí, preparándose para seguir la vía que los llevará al paraíso.
Agradecieron al anciano y tomaron el colectivo, que llegaba en ese momento. El letrero rezaba: RUMBO AL PARAÍSO.
Cuando por fin llegaron a destino, vieron que el Paraíso era tan bello, luminoso e indescriptiblemente fascinante que no podían expresar su emoción ni el amor que sentían en su interior. Se dieron cuenta de que el viaje no había sido en vano. Ahí en ese hermoso lugar hallaron lo que en verdad habían buscado todo el tiempo. Ya no se sentían solos. Encontraron a sus padres y los abrazaron con inmensa felicidad. Relataron todas las aventuras que tuvieron a lo largo del camino. Sus padres también les contaron que habían viajado por muchos lugares y que los buscaban a ambos con desesperación. Llegaron antes porque el mapa que se les dio no se había perdido.
Los chicos aventureros vivieron en el Paraíso con sus familias por toda la eternidad.