Gabriela

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GABRIELA

Matias. Olivares.

“No se cuantas veces…, pero aún no me canso de escribirlo”… ¡No me gusta!

¡Esa niña no me gusta! ¡No te conviene!

¡No es de tu roce social!

¡Hasta cuando tengo que decírtelo!

¡Me tiene hasta la coronilla! ¡Dios mío, no aguanto éstos dolores! Terminarás acabando una tumba a tu madre. ¡Sólo entonces, estarás feliz!… Juan enmudeció, aquellas palabras lo habían torturado demasiado, se quedó sentado impetrando poder estar a solas en su pieza sin prender la luz. Ya estaba maduro, y lo era más para su edad. Sólo le faltaba una semana para finalizar sus estudios, y de continuar éstas controversias que lo distanciaban tanto con su madre, acabaría con el tiempo alejándose para siempre. Sus hermanos le habían enseñado todo con respecto al sexo débil. Las cartas de amor que éste le escribía en el recreo, eran su pasaporte a la felicidad con ella, impregnadas de imaginación, de anhelo en sus palabras, de desabrimiento por lo azorado de su romance provocado por el desdén de su madre. En las tardes la esperaba, conocía perfectamente las cortinas descoloridas de la sala de clases donde ella también miraba para observar si Juan había llegado. La sonoridad del timbre, lo rebosaba de contento, y mientras esquivaba igual que estampida de toros a las alumnas de otros cursos, su mirada se fijó en una adolescente de pelo liso y nariz pequeña, ojos redondos de color castaño, mejillas rojizas y estatura baja. A medida que ella se acercaba, sentía ansioso el corazón por tenerla entre sus brazos, besarla con afición, y evitar a toda costa que un momento así culminara por la aprensión de tener que llegar temprano a casa.

¡Hola, te vi de arriba!, le dijo, dándole un beso.

¡Yo también!-

¡Yo también que!… -¡Yo también te amo!, le respondió. -¿Irás almorzar a mi casa?, le preguntó. -No estoy seguro-¿Y tú, te irías conmigo? ¿Si, pero…? No la dejó hablar, cerró su boca de niña, con un gran beso abrazándola contra su pecho. ¡Se me quitó el hambre! ¡A mí también le dijo!- Se quedaron abrazados por largo rato mirándose, mientras el acariciaba su pelo hacia atrás. ¿Te gusta el sur?, le preguntó. ¿El sur?, exclamó intrigada. –No importa donde me quieras llevar, le dijo con aire de enamorada, contigo iría hasta el fin del mundo. Entonces juntémonos en el terminal ésta noche, el paisaje te va encantar y seremos felices. Se despidió, y caminó lleno de dicha hacia su casa nombrándola por el camino. Gabriela en el terminal permaneció sentada con su bolso esperando algún día conocer Coihaique.

 

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