_La Tierra, camaradas, la Tierra. –dijo él.
Los veinticinco miembros de la Junta detectaron en esas palabras la introducción a una propuesta que luego deberían aprobar. De antemano conocían que ese planeta era el próximo objetivo.
_Sí, otra vez la Tierra –prosiguió el Guía. Tuvo de pronto un arranque emotivo-¿Hasta cuándo, camaradas? ¡He decidido poner fin a la destrucción involuntaria de nuestros medios exploradores por parte de los terrícolas! ¡De eso se trata!
Y una ola de aplausos casi no lo deja terminar.
_En verdad, necesitamos conocer más sobre ese mundo misterioso, dividido, en ocasiones cruel, pero irresistiblemente bello. Ya desde épocas que hoy nos parecen muy lejanas, iniciamos los llamados Ensayos, investigaciones sobre la naturaleza, formas de vida, inteligencia y otros múltiples aspectos que dan la dinámica característica de ese astro. Queríamos establecer relaciones amistosas con sus habitantes. Aquel primer experimento, muy audaz, consistió en tomar la apariencia física de sus habitantes y así infiltrarnos en su mundo. ¡Ja! ¡Menudo chasco! La inmadurez de los elegidos, su constante alarde, permitió a los primitivos terrestres reconocer nuestra superior tecnología, y nos convirtieron en Dioses. Es en verdad halagador que nos elevaran al más alto nivel, pero esto iba en contra de los objetivos planteados porque, como se comprenderá, nos distanciaba enormemente de ellos.
Un suspiro general acompañó su tono decadente.
El pareció recuperarse:
_No nos desalentamos por eso, claro que no… Después vino el Segundo Ensayo: volveríamos a estudiar a los habitantes de la Tierra. Esta vez había que tomar en cuenta su considerable desarrollo científico técnico. Se preguntaban a sí mismos de dónde venían, adónde iban, hurgaban en el pasado, trataban de descifrar los enigmas que evidenciaban nuestra presencia en los albores de su historia… Por eso el Segundo Ensayo consistió en formas de secuestros de terrícolas, individuales o colectivas, dejando pistas falsas que los hicieran aparecer como simples desapariciones, accidentes. Pero los funcionarios que tuvieron a su cargo el Segundo Ensayo al que denominaron REFT (Raptología Espacial de Frecuencia Terrestre), no previeron el grado de análisis al que ya habían llegado los terrícolas, entonces muy adelantados en relación con su atrasado tecnología –perdón, naciente y en vías de desarrollo-; en fin, quiero decir que cierta habilidad profética, basada en un emergente análisis científico, había prendido en su métodos. Y ello traería para nosotros consecuencias desagradables, como se verá.
El Guía sorbió una porción de su líquido refrigerante con su trompa succionadora. Vio cómo algunos de los presentes lo imitaban y se sintió satisfecho.
_ Los secuestros únicamente se podían efectuar en dos áreas que reunían las condiciones indispensables para que, a los ojos de los terrestres, pasaran como simples zonas de catástrofe natural. Todo salió bien… al principio. Envalentonados por el éxito, los funcionarios aumentaron la frecuencia de los secuestros hasta el nivel 92 a partir del año l945, y esto, naturalmente, atrajo la atención, o mejor, las sospechas de los habitantes de la Tierra. Comenzaron a investigar seriamente qué había sucedido con sus embarcaciones y sus aviones, desaparecidos en medio del misterio que una vez, tan hábilmente, supimos crear. La irresponsabilidad propia de aquellos tiempos estuvo a punto de esclarecerles nuestro juego secreto.
De nuevo el suspiro colectivo dejó expresar el malestar que envolvía a la sala.
_¡Tales hechos no pueden volver a repetirse! –una salva de aplausos impidió al Guía continuar su exposición de seguido. SE mantuvo callado. A decir verdad, había estado esperando aquellos vítores-: A tal punto llegaron esos actos que irremediablemente, en la actualidad, hemos tenido que reducir los secuestros a su límites más bajos, centrándonos sobre todo en embarcaciones pequeñas que nada aportan a nuestras pretendidas investigaciones de envergadura.
_Pero no todo está perdido…
Los integrantes de la Junta se inclinaron hacia delante.
_Al menos pensemos así.
_ Continúe usted -le animaron algunos.
_Vamos a empezar el Tercer Ensayo –respondió el Guía como si pronunciara una sentencia-. Veo que algunos de los aquí presentes se sonríen. Es lógico. Conocen ya el plan y saben de las grandes esperanzas que en él se tienen. Se ha producido una revolución tecnológica, camaradas. Se han inventado los ultramicrocircuitos de banda polar K.G. Son celdas de energía fabricadas para operar en equipos de inteligencia artificial. Su construcción sólo es posible en laboratorios con aparaos especiales de enorme potencia: microscopios que incrementan en millones de veces la imagen microscópica.
Se asombraron en al auditorio.
_ Y a la vez están capacitados para generar la energía necesaria para el funcionamiento de un máquina de medianas dimensiones o todo el sistema lumínico de varias instalaciones. Nuestro caso no exige de tales excesos: se trata sólo de observar. Basándose en esa propiedad de las microceldas, nuestros científicos estuvieron ocupados en costosos experimentos hasta lograr la copia exacta de un organismo parásito terrestre: un insecto. El porqué elegimos esa especie, y no cualquier otro animal de entre los muchos que componen su biodiversidad, tiene una respuesta. SE trata de su tamaño, camaradas. Los insectos son tan pequeños que una máquina pensante artificial, construida con esas mismas dimensiones, pasará inadvertida a los terrestres.
El Guía hizo una pausa. De nuevo se deleitaba escuchando las admiraciones de la Junta.
_Ahora bien –prosiguió luego de clamados lo ánimos-. De todas las especies insectívoras, nos ocupamos de escoger una que se relacionara más o menos directamente con el hombre. SE llama mosquito. Se alimenta de la sangre de los humanos y por eso el terrestre lo odia y lo combate. Sin embargo, es una de las que más cerca convive con los habitantes del planeta. Infiltraremos nuestra máquina. Ella nos enviará, bajo el disfraz de su diminuta estructura, toda la información necesaria mediante un sensible sistema de comunicación extrapotencial. Hemos decidido codificarla bajo la denominación de Aedes, espécimen de mosquito de los más aborrecidos por el hombre… Sí, sé lo que piensan. Por supuesto que el rechazo del hombre hacia el insecto presupone cierto peligro para las investigaciones. Hay una relación abiertamente hostil en la que le insecto llevar la peor parte; pero no se preocupen: nuestra máquina siempre actuará a distancia según lo requiera la observación y aumentará su velocidad de protección en los momentos de peligro. Sólo un ser tan rápido como ella podrá destruirla… No hay que preocuparse, camaradas. Esperemos recibir pronto, en nuestros receptores ultrasónicos, la clave cifrada de lo que piensa un Aedes.
Su mirada, resplandeciente, volvió a recorrer la sala.
_ ¿Qué opinan?
_ Aprobado –no dudaron en contestarle.
*
* *
Berta y Juan caminaban, enredándose con la maleza que se extendía desde los manglares de la ciénaga. Juan, machete en mano, desbrozaba el camino con mano fuerte y segura, y alargaba grandes zancadas que pretendían aproximarlo cuanto antes al montículo calcinado desde el que vio subir al disco de fuego.
_¡Apúrate, Berta, carajo, que se nos va el sol extraño! –gritó al ver cómo la singular pieza discoidal, hasta entonces suspendida, tomaba altura acompañada de un fino silbido.
_ ¡Qué sol ni que ocho cuartos, Juan! –protestó la mujer- ¡Mira pa"llá a ver si el puñetero sol no está en su sitio! ¡Y el sol siempre está tranquilo, no sonó como la cosa ésa!
_Bueno, bueno, ya está bien… Tu me entendiste lo que quise decir, ¿no?
Ella tenía razón. El sol indicaba el mediodía. Sobre sus cuerpos sudorosos caía toda la descarga del estío. Juan masculló una blasfemia, ¿se estaría volviendo loco o qué? Bueno, el tío Mercerón decía que cuando uno se volvía loco o viejo no hacía más que hablar boberías “Bah, eso no va conmigo. Yo sí que no estoy loco y mucho menos viejo. Yo soy joven y bien planta´o. Na´ ma´ que tengo cuarenta años”´-pensaban Juan- “´No sé pa´ que la gente habla tanto: loca estaba Micaela que se puso a ordeñar toro en vez de vaca, sí señor”.
Se detuvo. Exploró el cielo, buscando el objeto discoidal.
_ ¡Válgame Dios, Berta, se desapareció la cosa ésa!
_ Ay, mi madre! –dijo la mujer. A pesar de tener un carácter fuerte, consolidado por lo agreste de aquella región, no pudo disimular su excitación’. Juan, esto parece cosa de brujería. Vamo a virá pa’la casa no sea que le pase algo a los vejigos. Acuérdate de Emeterio…
_A lo mejor no le pasa na’; a lo mejor se le cura la enfermedá esa que lo tiene medio bobo…
_Ay, Juan, chico, mi mamá me dijo una vé que cuando pasaban esas cosas por el cielo, segurito segurito que dipué venían disgracia.
_Etá bien, etá bienñ pero deja ver si puedo llegar a la punta de la loma.
_ ¡Solavaya, Juan! Sigue tú solo.
Y sin terminar de pronunciar la última palabra, la mujer emprendió desesperada carrera de regreso.
_ ¡Ay, Berta! –se quejó el guajiro viéndola alejarse-. Primero te v as cuando oyes explotar el rayo, y ahora te vas dipué de caminal má que un vena’o. Ah, si no fuera por el pobre Emeterio que la nació anormal. Yo sé que ella lo quiere…Bueno, vamo a seguil pa’lante.
Devolvió el machete a la vaina con aire de guerrero mambí: el camino ya estaba libre de malezas. Siguió el mismo sendero de todas las mañanas, el mismo que tomaba para ir a los sembrados y al que llegó después de tumbar monte para acortar la distancia.
Mientras andaba se secó el sudor de la frente con la raída manga de la camisa. El camino, cuarteado por la seca, no ofrecía grandes dificultades, a no ser una que piedra puesta en la ruta por la casualidad. Juan miraba absorto su punto de destino. Volvió a detenerse: una amenazante nube de mosquitos venía en dirección contraria.
_Pero si ná má son como las dos de la tarde –dijo confundido. El sabía que aquellos molestos insectos sólo comenzaban a salir en grandes cantidades cuando comenzaba a anochecer. Pero la realidad se mostraba ya en toda su magnitud y Juan no tuvo otro remedio que volver sobre sus pasos.
No podían dormir por la noche.
Tuvieron que hacer una fogata para tratar de alejarla zumbona presencia de los mosquitos, alarmante, dentro y fuera del bohío. Entraban por todos lados, desde el patio hasta el portal, desde el techo hasta el suelo, y algunas picadas eran certeras, dolorosas e insistentes. El único que parecía complacido era Emeterio. Su diversión favorita era cazar mosquitos. Los perseguía con absoluta paciencia y trataba de liquidarlos después con resonantes manotazos. Sin embargo, no había tenido mucho éxito. Eran demasiado rápidos. Muy distraído al principio ya comenzaba a aburrirse, pues no había podido liquidar ninguno.
Juan se asombró cuando, ya dispuesto a dormirse dentro del grueso mosquitero, pasada la medianoche, fue levantado por los gritos de su hijo más pequeño.
_ ¡Papá, papá! ¡Mira que mosquito má grande cazó Emeterio!
El insecto era extraño.
Abierto en dos mitades, en su frágil interior destellaban, como pestañeando, decenas de lucecitas azules y rojas.