Lo conoció en el parque donde su mamá lo llevaba por las mañanas a jugar a punto de diez, ya que por la tarde tenía que asistir a un Nido que funcionaba cerca de su casa y en el que debido a la gran cantidad de alumnos que asistían a él, no había logrado cupo por la mañana. Ese Nido era muy bueno, además de ser el único en la zona; sus maestras eran jóvenes y excelentes profesionales que sabían transmitir, a los niños dejados a su cuidado, su dinamismo y alegría de vivir a la vez que los orientaban adecuadamente en las primeras adquisiciones del saber.
La vida de Fernandito, que así se llamaba el niño, era pues muy buena; y en el Nido tenía muchos amigos con quien jugar; pero su mejor amigo, su amigo preferido, seguía siendo Girasol que vivía en el parque.
Todas las mañanas y antes de jugar en los columpios, tío vivo, barras, piscinas de pelotas, y otros juegos que había en el parque; el niño se acercaba a su amigo a contarle sus cosas. Le contó, por ejemplo que su padre ya no vivía con él siendo esa su única pena; pero que cualquier día su padre volvería, no- vez que por algo era su padre.
Mientras conversaba con el girasol, el niño se imaginaba que éste le contestaba; lo miraba con su infinidad de ojitos muy tristes (eran los puntitos marrones que tiene el girasol en el centro de su ser) y movía comprensivamente la gran cantidad de bracitos amarillos que adornaban su cabecita (eran los pétalos de la flor).
El niño era sumamente dichoso al sentir que su amigo escuchaba sus confidencias con mucha atención, comprensión y amor.
Una vez el niño, le preguntó al girasol, porqué es que él no iba al colegio, a lo cual éste no respondió, seguro porque le apenaba ser tan flojo y no aprender lo que todos los niños sabían.
La madre, cuando empezó a fallarle la ayuda del padre, tuvo que conseguir un empleo, para lo cual solicitó el cambio de turno de Fernandito en el Nido, explicando los motivos; su horario laboral iba a ser de 8.00 a.m. a 4.00 p.m.
El niño y su madre cambiaron su rutina y empezaron a ir al parque a las 5 de la tarde todos los días. El girasol había crecido gigantesco pero estaba sumamente mortificado con el niño; no quería ni hablarle ni mirarlo, enseñándole, olímpicamente, la espalda.
El niño salió llorando del parque y su madre, que lo adoraba, al saber el motivo, le explicó que el girasol era una flor que se va volviendo o girando hacia donde el sol camina; por lo tanto, su amigo no estaba enojado
con él, sino que ese era su destino, allí el niño recibe su primera lección de vida.
Al día siguiente, el niño muy contento se dirigió al parque con su madre y grande fue su consternación y pena cuando vio a su amigo tirado en el suelo, marchito y sin vida; una mano malvada lo había cortado sin compasión.
Y allí, el niño recibe la segunda lección de vida:
Las flores son seres vivos y debemos respetarlos, nunca maltratarlos.