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Regalo de acero

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Regalo de acero

Clementina D"Cantel

Cerca de la medianoche, luego de una abundante cena, la familia se reunió como todos los años en torno al árbol de Navidad que destellaba de luces y brillantes adornos de papel metálico.

Comenzaron con los regalos de los niños, Sebastián, de doce años recibió con indiferencia su nuevo reproductor de Compact Disc portátil, la marca no era buena. Alice, la hija de catorce, fingió sorpresa y alegría al ver la tenida de jeans que ella misma había elegido la semana anterior. Martha, la mujer de Alex Farrell, abrió cuidadosamente para no romper el envoltorio su regalo. Se trataba de una batidora-juguera-cafetera. Alex sonrió satisfecho de su elección.

Luego le tocó al hombre de la casa. Madre e hija pusieron en sus rodillas una larga y angosta caja envuelta en papel de regalo. Alex rompió el papel multicolor y la cinta azul sin sospechar de qué se trataba. Movió la tapa y pudo ver una espada japonesa. Con delicadeza la sacó y tomó con ambas manos el arma decorativa. La sacó de su funda y sus ojos brillaron con los reflejos del acero brillante. La lámina de metal repetía el parpadeo de las luces que saturaban el árbol plateado.

Se puso de pié, tomó con fuerza la espada y de cuatro golpes certeros cortó la cabeza a toda su familia. Abrió la puerta y salió a la calle con la hoja manchada de sangre apoyada sobre su hombro.

Al llegar a la esquina su vecina Gladys, vestida con un traje rosado nuevo, cerraba con llave la puerta de su casa para dirigirse a la iglesia. Alex se le acercó con una amplia sonrisa y le clavó la espada en el estómago. Gladys se derrumbó lentamente sobre el felpudo de su puerta que rezaba "Welcome".

Tres niños en bicicletas nuevas y relucientes bajaban por la calle, Alex salió a la calzada y levantó su arma. Los jóvenes al ver su actitud se dieron la vuelta y aceleraron. Un vecino desde su jardín presenció la escena y corrió a encerrarse a su casa. Por la acera, entre los árboles, una pareja de jóvenes caminaba tomados de la mano. Sólo se miraban a los ojos así es que no vieron mientras se acercaba Alex. La espada centelleó en el aire y cayó con fuerza en el antebrazo del muchacho, cortando un poco más abajo del codo. La mano amputada apretó con fuerza los dedos de la muchacha que se puso a gritar a todo pulmón mientras su acompañante, un poco más atrás, caía al piso inconsciente. Alex para acallarla golpeó dos o tres veces hasta que los gritos cesaron. La calle entera se convulsionó. En las ventanas y jardines los vecinos gritaban. Alex pensó que se habían vuelto locos. En la esquina apareció un auto policial con ruido de sirena y luces de colores que pintaban los rostros de los curiosos. Dos uniformados bajaron corriendo hacia Alex. El filo de la espada brilló con luces azules y rojas y un policía sintió el dolor del acero en su hombro. Su compañero sacó el arma y disparó tres veces contra el atacante.

Mientras caía al suelo Alex se preguntó qué le regalarían la próxima Navidad.

 

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