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Sueños de kimonos

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Sueños de kimonos

Abraham Montes Vértiz

Funky, mi perro, está soñando. Y por la manera en la que se mueve y protesta gruñendo lo más seguro es que en su sueño, le está ladrando a algún kimono. Lo sé por la manera en la que está acostado sobre su lado izquierdo y cómo de vez en cuando se mueve con pequeñas sacudidas. También mueve sus patas como si estuviera corriendo, aunque si en realidad lo estuviera, a juzgar por la forma en la que mueve las patas, estaría corriendo como Pepe le Peu y sus brinquitos de esos que buscan cachondear a las gatas. Recuerdo que una ocasión así lo desperté; estaba profundamente dormido y se movía, gruñía mientras soñaba y cuando lo desperté, primero abrió los ojos muy sorprendido y después como que se enojó. Ahora sé que la gran mayoría de sus sueños son gratos y reparadores. Funky rara vez sueña con otros perros, o al menos en los tres sueños que me han tocado a mí no lo ha hecho. He visto sus anhelos, sus fantasías e imágenes desde su punto de vista. Yo creo que la filosofía más sobresaliente de su modelo de pensamiento es la búsqueda por el hogar y la permanencia en un solo lugar, el sedentarismo es su nirvana. Según lo que logré entender de tantas imágenes que vi en sus sueños era la idea de encontrar el hogar. De hecho, la frase anglosajona “home is where the heart is” es la religión, por ponerlo de alguna manera, de los perros. Ellos no se casan con una perra; la perra que tengan en ese momento es la favorita, sin importar raza o posición económica, más bien se casan con una ideología, con un modus vivendi. Ustedes se han de preguntar cómo es que alguna persona pudiera saber cosas así acerca de los perros. Les voy a decir lo que me pasó.

En algún tiempo de mi pasado me empecé a interesar por los llamados viajes astrales, que son experiencias extra-corpóreas en un plano espiritual que puede ser riesgoso; tu sabes, demonios, malos espíritus y cosas así, y sobre todo esa antigua advertencia de nunca cortar el hilo de plata. Lo que yo viví tuvo algunos giros muy raros. Todo comenzó una vez durante aquélla época en la que trabajaba en una escuela secundaria como coordinador de deportes, y tres días a la semana entraba a las 7:00 de la mañana, para preparar el equipo de cada actividad que se fuera a practicar. Los Martes y los Jueves sólo tenía una clase a las once y treinta, así que Lunes Miércoles y Viernes me levantaba a las cinco, mientras que Martes y Jueves a las nueve, afectando mi ciclo de sueño de una manera terrible sobre todo por mis fines de semana. Cierto miércoles de esos meses, muy temprano por la mañana me sucedió una cosa de lo más extraña. Faltando como quince minutos para las cinco, me desperté, o al menos sentí que me despertaba y me sentaba al borde de la cama. Así sentado en la cama volteé hacia mi almohada y me vi a mí mismo, que en realidad todavía no despertaba y dándome cuenta de que estaba soñando despertaba, solo para voltear a mi almohada y ver lo mismo; yo dormido, igual por tres veces, hasta que decidí ya no despertar sino hasta que escuché la alarma. Le platiqué esto a mi amiga Mariana y me dijo que estaba teniendo una experiencia de abandono del cuerpo, y que era la base de los viajes astrales. “lo primero que tienes que aprender a hacer es a salirte del cuerpo, y tú ya lo lograste; ahora nomás falta que lo puedas hacer en el momento en el que tú quieras durante tu sueño”, me decía y me veía como midiéndome, como analizándome, como cuando se observa el tamaño de las cosas o sus características exteriores para luego añadir tocándome los hombros: “hay muchas personas que tratan con muchos esfuerzos de llegar al punto al cual tu llegaste ya” y me dio algunos tips metafísicos.

Al principio me dio miedo comenzar a realizar los ejercicios que me recomendó Mariana y a decir verdad, tenía también mucha curiosidad al respecto. Así que un día me fui a acostar y más o menos a la media hora después de haberme quedado dormido, me salía de mi cuerpo, igual que esa vez, sentándome al borde de la cama, pero esta vez no volteaba a ver, sino que hice algo que me dijo Mariana que hiciera: primero me levanté y me fui al lugar más seguro de donde estaba, que era la puerta de mi cuarto y me sujeté de la perilla y volteé hacia mi cama: allí estaba yo; bien dormido. Alcanzaba a ver la luz propia de las cosas pero como que a través de un vidrio oscuro, a veces con destellos fluorescentes, tenues. Funky dormía también, en el piso, afuerita de mi cuarto. Así en automático como cuando movemos las manos para alisarnos el cabello, así comencé a flotar; y a ver las cosas desde lejos, desde un lugar más arriba del techo y en perspectiva, pero sin perder las dimensiones del cuarto.

Veía todo desde arriba, y cada cosa tenía un destello de vida; como que de energía; volteé a ver a Funky, y al principio no lo noté, pero me fijaba bien y alrededor de su cabeza giraba, con un efecto fantasmal, una pequeña galaxia; un tipo de nebulosa con sistemas solares. Me acerqué a él y me fui sumergiendo completamente en esa nebulosa y veía planetas que pasaban muy rápido y que dejaba atrás, hasta que llegaba al planeta tierra en este modelo a escala fantasmal que reproducía Funky con la energía de la parte psíquica de su aura. Llegaba a mi antigua casa, veía los muebles desde la perspectiva de Funky, personas, invitados, algunos niños, a muchos se les veía el miedo en forma exagerada, y había imágenes que no sé cómo explicarlo, pero en las que claramente se intuían sentimientos. Había otra sección, en la que se podían ver sus sueños. Es increíble la forma en la que la tecnología, las telecomunicaciones, y en general los nuevos descubrimientos e inventos en general ocupan un buen lugar en las fantasías y los sueños de un perro. Me tocó ver uno de sus sueños en los que viajaba en un asiento de piel delantero, el del copiloto, de un Cadillac Coupe DeVille. En una de las imágenes, que se interponían ante mí como si fueran grandes puertas que me invitaban a pasar veía la imagen de mi casa actual y funky estaba allí, ladrándome como cuando quiere jugar conmigo. De pronto, así nomás de buenas a primeras me dijo: “¿qué andas haciendo por acá?” su boca lucía abierta como a veces lo hace y con la lengua de fuera, gesto que ahora sé que es su sonrisa, y cuando se echa para atrás y da un solo ladrido es como atacarse de la risa, tal y cual lo hacemos los humanos; “nada, solamente creí que podría conocer un poco más de ti al visitar esta nebulosa” y le señalé con el dedo hacia arriba, de donde creí haber llegado; “no es nebulosa, es mi inconsciente, y me sorprende como le hiciste para entrar hasta este lugar” me decía mientras movía la cola y se echaba en el piso dando un manotazo hacia delante. “´pos no sé. tengo como que un don, algo así.” Le dije solamente por no entrar en mayores explicaciones. “Definitivamente tienes un don,” me decía levantándose y arqueando su cuerpo un poco hacia delante, como estirándose “pero, ¿por qué me visitaste a mí y no a otro humano? ¿A tu novia, por ejemplo?” el curioso era yo y hasta ahorita solo hacía las preguntas él. “No lo sé. Tal vez por pura curiosidad” Y por fin le pregunté: “Una de las cosas que siempre he querido saber es: porqué le ladras a los kimonos?” Y me dijo: “bueno, ¿te acuerdas de esa película en donde sale un trailero que se pelea en un lugar así como barrio chino y que a una chava la visten con un kimono?” Y comencé a acordarme de aquella vez que le regalé un kimono a Mariana porque me gustó como se veía Kim Cattrall en la película “Big Trouble in Little China”, y porque me parecía algo muy cachondo. Mariana y yo hicimos el amor sin percatarnos que Funky nos veía y cuando salimos de la casa nos ladraba. “Cada vez que veíamos el kimono lo que te quería decir era que acordaras de esa vez con Mariana y de cómo los caché dos veces, eso era todo”. Se veía muy entusiasta y hasta condescendiente. “¿Y eso?” me escuché preguntarle. Trataba de comprender si lo que resultaba gracioso para los humanos lo era también para Funky. “No sé, me da risa; ustedes los humanos tienen unos rituales de apareamiento muy singulares; hasta tienen una posición que nos imita y me resulta muy divertida.” Cuando regresé de este viaje astral me sentí algo confundido, y todo lo tomé como un sueño. Salí de mi recámara, y en el pasillo estaba Funky. Lo miré directamente a los ojos y sin decirle nada me ladró y comenzó a mover la cola. Comprendía que se estaba acordando de anoche y lo único que pude decirle en medio de mi risa fue: “pinche Funky”.

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