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Drama Iluminacion Cosmica

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El Drama de la Iluminación Cósmica en el Sutra del Loto Blanco

 

Cap. 1: La perspectiva universal del budismo del Mahayana

 

Los mitos que el budismo ha heredado de la tradición hinduista antigua contienen

muchos relatos sobre Indra, el rey de los dioses que vive en un palacio magnífico en el

reino de los Treinta y tres dioses. Indra tiene muchos tesoros en su palacio y, según las

leyendas, entre sus tesoros hay una red. Ahora bien, ésta no es una red ordinaria. Para

empezar, está hecha completamente con joyas. Además, esta red de joyas tiene

características maravillosas y extraordinarias. Una de estas características es que cuando

se mira a las facetas de cualquiera de las joyas, se ve todas las otras joyas reflejadas en

ellas. Cada una de las joyas de la red refleja a todas las demás, de modo que todas las

joyas relucen en cada una de ellas, y cada una reluce en las demás.

 

En el Sutra Avatamsaka, el Buda compara a la totalidad del universo con la red de joyas

de Indra. ¿ En qué se basa esta comparación? Al nivel más elemental, se podría decir

que así como la red de Indra consiste en innumerables joyas de todos tamaños, formas y

grados de resplandor, el universo consiste en fenómenos innumerables de varios tipos.

Pero el Buda va más lejos con esta analogía y desafía la forma en sí en que percibimos

las cosas. Normalmente nuestra experiencia de las cosas que constituyen el universo es

la de cosas distintas y completamente separadas entre si, y apenas si podemos imaginar

las de ninguna otra manera. Una montaña, una bicicleta, una hormiga, un edificio de

apartamentos, un policía,… una serie de objetos separados; así es como vemos el

mundo. Pero en realidad, y según el Buda, no es en absoluto así. Desde su punto de

vista, es decir, desde el punto de vista de la experiencia espiritual más elevada, todo en

el universo, lo grande y lo pequeño, lo cercano y lo lejano, se refleja en todo lo demás.

Todas las cosas se reflejan y, en cierto sentido, se contienen. Esta verdad no es sólo

aplicable a lo largo y ancho del espacio, sino que lo es también al tiempo, de modo que

lo que ocurre en cualquier sitio está ocurriendo aquí también y todo lo que ocurre en

cualquier momento está ocurriendo ahora. El tiempo y el espacio son transcendidos,

todas las categorías del razonamiento y la lógica quedan descartadas y el mundo que

conocemos queda cabeza abajo.

 

La red de Indra no es la única ilustración tradicional de esta ley de la reflexión mutua.

En los países del budismo Mahayana del Extremo Oriente, hay una enseñanza

proveniente de las escrituras que se ha citado con tanta  frecuencia que ha entrado

profunda e íntimamente en sus literaturas, e incluso en la vida cotidiana. Se da allí este

dicho: “Cada mota de polvo en el universo contiene a todos los reinos de los Budas de

las diez direcciones del espacio y de los tres períodos del tiempo.” (Estos son el pasado,

el presente y el futuro). Esto a primera vista podría parecer una percepción exótica un

tanto extraña, pero tenemos algo parecido en nuestra propia cultura en la poesía de

William Blake:

 

Ver el mundo en un grano de arena

y los cielos en una flor silvestre,

tener al infinito en la palma de la mano

y en una hora la eternidad.

 

Seguramente no nos tomamos estas conocidas líneas seriamente. Si acaso recapacitamos

sobre ellas, es probable que pensemos: “Bueno, no es precisamente que Blake veía el

mundo en un grano de arena, se trata de un recurso retórico, una evasión poética

 

caprichosa. Pero Blake no fue sólo un poeta, también fue un místico visionario. Estas

líneas nos sugieren que realmente vio, o al menos vislumbró, el mundo tal y como es en

realidad; el mundo tal y como lo describe el Buda por medio del símil de la red de joyas

de Indra.

 

Puesto que el Buda enseñó que todo está interconectado de esa forma, no es de extrañar

que su propia enseñanza, el Dharma, sea en si mismo también como la red de Indra. Las

enseñanzas del budismo, como todo lo demás, forma una red de conexiones, una red de

joyas en las que cada faceta arroja luz a todas las demás. Esto quiere decir, si se lo

contempla en forma inversa, que no comprendemos completamente ningún aspecto del

Dharma si no hemos comprendido su totalidad. Cuando logramos la compresión de una

doctrina que no conocíamos, es fácil pensar que la podemos añadir a nuestro almacén de

conocimientos, como si añadiéramos guijarros a un montón de guijarros, pero de hecho

eso es imposible. Cada vez que encontramos una enseñanza nueva, debemos considerar

de nuevo todo lo que ya sabíamos bajo el punto de vista de nuestra nueva comprensión.

Cada visión clara de la verdad que tengamos modifica, como mínimo de forma sutil,

todas las visiones claras previas.

 

Por consiguiente, cada vez que descubrimos una forma distinta de explorar el camino

budista, nuestra comprensión se transforma completamente; y las vías de exploración

ante nosotros son numerosas. Por ejemplo, podemos ver el desarrollo espiritual como

evolución, haciendo uso de la antropología, la biología y la historia para trazar el

progreso de aquello que he denominado la evolución superior del hombre. Podemos

utilizar el enfoque psicológico occidental para encararnos con los problemas que surgen

en el curso del desarrollo espiritual. La filosofía y el arte occidental también nos

proporcionan ricas fuentes de inspiración; mientras que todas las formulaciones

tradicionales del budismo indio permanecen abiertas ante nosotros también: Cada

exploración del desarrollo y el crecimiento arroja luz sobre todo el proceso.

 

El Sutra del Loto Blanco, un producto del Mahayana, que es la segunda gran fase del

budismo indio, explora el Dharma por medio de parábolas, mitos y símbolos. Es decir,

por medio de arquetipos, por medio de lo que Jung llamó el Subconsciente Colectivo.

¿Pero por qué toma el Sutra del Loto Blanco este modo particular de expresión? Para

comprender esto, necesitamos contemplar la historia del budismo y ver como desarrolló

el Mahayana su perspectiva universal.

 

El budismo comenzó en la India hace unos 2.500 años. El Buda Shakyamuni nació y se

crió en la zona que ahora es el sur del Nepal. Su nombre era Siddhartha y era príncipe

del clan de los Shakyas. En los años que siguieron a su Iluminación, viajó y enseñó en

por la zona denominada entonces la Región Media. Esta es un área de la extensión de

Inglaterra y Gales, y que corresponde a los actuales estados indios de Bihar y Uttar

Pradesh. Tras la muerte del Buda su enseñanza duró en la India 1500 años, durante los

cuales se extendió por todo el continente indio y más allá, cruzando desiertos y mares

para penetrar prácticamente en toda Asia. En dirección oeste, llegó hasta Alejandría y

Antioch; todo esto sin las ventajas de los transportes modernos ni sus sistemas de

comunicación.

 

Además de extenderse tanto, el budismo cambió mucho durante el período de su

desarrollo en la India. Lo fundamental, lo esencial del Dharma, permaneció igual, pero

 

la forma en que se presentaban las enseñanzas cambió con el paso de los años. Hubo

tres grandes fases de desarrollo, cada una de las cuales duró aproximadamente 500 años.

Estas fueron el Hinayana, el Mahayana y el Vajrayana. La palabra sánscrita Mahayana,

quiere decir gran camino o gran vehículo (maha: gran, y yana: vehículo o camino); el

gran camino o vehículo para la Iluminación. El Mahayana no fue una escuela particular

o una secta del budismo, como proponen algunos escritores, sino que fue una fase de

desarrollo que representa un cierto enfoque del budismo. El término Mahayana se

contrasta frecuentemente con el que se le da a la primera fase del budismo, el Hinayana,

que quiere decir camino pequeño. Esto nos da una pista sobre el enfoque adoptado por

el budismo Mahayana. Quienquiera que inventó los términos pequeño camino y gran

camino, sin duda estaba haciendo una comparación. ¿Pero qué se estaba comparando?

¿Qué diferencia se estaba señalando?

 

Según la creencia popular, la diferencia entre el Hinayana y el Mahayana es simple. El

Hinayana, dice la gente, enseña que uno debe dedicarse únicamente al logro de la propia

Iluminación, sin tener en cuenta las necesidades ajenas. El Mahayana, también según la

opinión popular, enseña lo opuesto, que uno ha de olvidarse completamente de uno

mismo y dedicar sus energías sólo a ayudar a los demás seres a que entren en el camino

de la Iluminación. Esos juicios sobre el contraste entre ambos, son rudos y engañosos.

Consiguen incluso dar la impresión de que el mahayanista es un modelo de educación

transcendental, eternamente manteniendo la puerta de la Iluminación abierta para que

pasen los demás; esto es una distorsión burda de la verdadera postura del Mahayana. En

el Mahayana se comprende simple pero profundamente que el interés por el bienestar y

el desarrollo espiritual de los demás es parte integra del propio desarrollo espiritual. De

hecho, interesarse en el propio desarrollo y desinteresarse completamente en el de los

demás al final trae la derrota propia.

 

En la visión del Mahayana todas las formas de vida en todos los niveles del universo

están relacionadas mutuamente y actúan unas sobre otras como en una red de Indra, este

es particularmente el caso, quizás, en el nivel humano. De hecho, el Mahayana lleva el

símil más lejos todavía. La red no es algo estático, ya que las joyas que la forman se

mueven, de modo que toda la red, la totalidad y cada una de las joyas, se mueve en una

dirección. Por supuesto que algunas joyas van a la cabeza mientras que otras más

rezagadas siguen detrás, ya que la red es muy amplia. Algunas joyas son grandes y

brillantes, mientras que otras son más pequeñas y menos lustrosas. Otras, por desgracia,

llegan incluso a estar arrastradas por el barro, de manera que parecen haber perdido su

belleza y se asemejan a ordinarios guijarros. Pero todas se mueven hacia la misma meta

y están todas en contacto entre ellas, directa o indirectamente.

 

El impulso hacia la Iluminación, el impulso hacia algo más elevado y más allá de los

confines del mundo es innato en todo lo vivo, pero es un impulso ciego, como el de la

planta que tienta en la oscuridad. El gran héroe del Mahayana es el Bodhisattva, un ser

(sattva) dedicado al logro de la Iluminación o el despertar (bodhi). Es un ser en el que el

impulso por crecer, que está presente en todos los seres vivos, se ha convertido en algo

consciente. Por lo tanto el Bodhisattva es la personificación de la Evolución Superior.

Al darse él cuenta de que el impulso por el desarrollo espiritual existe en potencia  en

todos los seres, el Bodhisattva tiene un sentimiento de solidaridad con todos ellos y no

podría ignorarles y pensar sólo en su propia salvación. Por consiguiente, los

Bodhisattvas no se dedican a la Iluminación para su propio beneficio, sino por el de

 

absolutamente todos los seres. En contraste, para el Hinayana el budista ideal es el

Arahat. Ese santo, o sabio, que ha destruido  todas las pasiones y ha alcanzado el

Nirvana, pero cuyo curso espiritual no muestra en ninguna de sus fases interés en los

demás seres. Al igual que los Bodhisattvas, los arahates se han hecho conscientes de su

impulso por el desarrollo espiritual. Pero su progreso es limitado porque no son

conscientes de que todos los seres comparten el potencial de la Iluminación.

 

La evidencia del contraste entre el Bodhisattva y el arahat es muy abundante en las

escrituras del Mahayana. Pero para tener una impresión realmente vívida tan sólo hay

que ver las pinturas y esculturas producidas en la India y en la China, preservadas

actualmente en templos y museos por todo el mundo. El Bodhisattva es representado

generalmente como un hombre (o mujer) joven y bello sentado en una delicada flor de

loto. Tiene una delicada figura, sus rizos fluyen y lleva muchos ornamentos finos. Por

otra parte, el arahat normalmente es un hombre viejo con la cabeza rapada y tupidas

cejas. Está vestido con un raído hábito monástico y se apoya cansadamente en un

retorcido bastón. No hay asiento en un loto para él, normalmente está de pié sobre la

sólida roca y algunas veces, para variar, flota sobre el océano. El bodhisattva representa

el ideal en toda su pureza y perfección, el ideal abstracto que no está manchado ni

tocado por nada de este mundo, sino que se eleva por encima de él. En cambio, el arahat

representa la realización del ideal bajo las limitaciones y las condiciones del espacio y

del tiempo, bajo la presión de la historia. No es de sorprender que el arahat tenga el

aspecto de estar curtido y algo agotado.

 

En el arte cristiano se da una interesante similitud paralela en la forma en que los

ángeles y los santos son representados. Los ángeles tienen generalmente la apariencia

lustrosa y agraciada, son jóvenes bien aseados con  largos rizos y con alas. Con

frecuencia tocan instrumentos musicales y su expresión dulce e inocente no deja duda

de que nunca pecaron. Son tan inocentes que no saben ni siquiera que es el pecado. En

cambio los santos son normalmente viejos agotados y bastante feos. Ciertamente saben

lo que es el pecado, aun si han logrado tras muchas luchas superarlo o al menos

restringirlo. Contrariamente a los ángeles, los santos sufren y con frecuencia se les

muestra siendo crucificados cabeza abajo, decapitados, atravesados con flechas, o

asados en una parrilla. De nuevo tenemos, el arquetipo o el ideal, de un lado y, del otro,

la realización del ideal en las condiciones concretas de la existencia histórica humana. 

 

Pero contrariamente a las apariencias de los Bodhisattvas en las obras artísticas, éstos

no viven tan cómodamente. Ellos están comprometidos a desarrollar cualidades

espirituales por medio de todo tipo de prácticas,  particularmente por medio de la

práctica de las seis paramitas. El término paramita se traduce generalmente por

perfección o virtud, pero su significado es más bien disciplina para el logro de la

Iluminación.

 

La primera de estas disciplinas para el logro de la Iluminación es dana (la generosidad).

Según la tradición mahayánica se puede ser generoso en muchas maneras, que van

desde las más toscas hasta las más sutiles y refinadas. Lo primero y más obvio que se

puede dar son las cosas materiales: comida, cobijo, y otras cosas. En segundo lugar está

dar educación y cultura. La tercera forma de generosidad es psicológica: dar la

intrepidez. Muchísima gente padece sentimientos profundos de  inseguridad y el

Bodhisattva tiene que resolver esos sentimientos; es como si él tuviera que ser algo así

como el psicoterapeuta en el plano transcendental. En cuarto  lugar, el Bodhisattva da

también el Dharma, la Verdad. Por esto no se entiende darle a la gente un folleto y

decirle “toma para que lo leas”. Dar el Dharma es compartir tu compresión de la verdad

en la medida que la conoces y, mostrar, quizás, la mayor compresión de aquellos de más

experiencia. Por últi

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